Fue esa noche en que la indignación ganó las calles para protestar. Fue esa noche en que apenas minutos después de que Fernando De la Rúa dijera que decretaba el “estado de sitio” miles salimos de nuestras casas de todos los barrios y marchamos de manera espontánea al grito de: “Qué boludos, qué boludos, el estado de sitio se lo meten en el culo”.
Fue una pueblada en la que se mezclaban distintos grados de indignación y, hasta tal vez alguna porción de egoísmo por quedar atrapados (algunos) en el corralito de Cavallo. Pero, si se quiere, eso era entendible porque al “sálvese quien pueda” también nos había arrastrado aquel des-gobierno de la Alianza que casi terminó con el país.
Recuerdo que en los balcones del barrio de Caballito -ese conglomerado de clase media que aspira siempre a un poco más aunque el cuero no le dé- las cacerolas sonaban como nunca, después del mensaje de un De la Rúa, a punto de huir en helicóptero.
Casi sin darme cuenta aparecí en la puerta de mi edificio y comencé a caminar hacia la Plaza Primera Junta. Hasta allí me acompañó mi vieja y ahí me dejó. Allí, otros cientos de indignados también se reunían y comenzaba una larga marcha a través de la avenida Rivadavia que desembocaría en las escalinatas del Congreso y la Plaza de Mayo. En cada esquina importante del trayecto se sumaba más y más gente de todos los sectores que uno podía imaginarse. El grito anónimo de “que se vayan todos, que no quede ni uno solo” se escuchaba por primera vez esa noche, aunque se repetiría como una consigna que marcó la historia de aquellos años.
Atrás habían quedado esos minutos del mensaje presidencial con el pretendido “estado de sitio” ninguneado por la propia gente.
Adelante venían horas inciertas, difíciles, y lamentablemente violentas. La brutal represión desatada contra los más pobres dejaba 36 argentinos y argentinas muertos en ciudades de todo el país al cabo de dos jornadas tristemente inolvidables. Las del 19 y 20 de diciembre de 2001.
Hoy, la Argentina vive otro tiempo, distinto al de hace una década. Saber entenderlo y valorarlo con la mirada puesta en lo que vivimos y sufrimos hace diez años es necesario para que aquella historia no se repita. Nunca más.
(Alberto Hugo Emaldi, Agencia Télam)
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